por, Manuel Peña Flores
Las empresas legalmente tienen la obligación de tener una sala cuna propia o deben cancelar una sala cuna externa cuando tienen sobre 20 trabajadoras.
Se debe introducir un cambio al Código del Trabajo en su artículo 203, para extender el derecho a sala cuna que contempla la ley para las empresas donde exista un mínimo de 20 “trabajadoras” a aquellos establecimientos donde no existan mínimos de “personas”. Es decir se debe cambiar el concepto de trabajadoras por el de personas y además sin mínimos de personas, por el solo hecho de tener personas trabajando, se deberá proporcionar el beneficio.
Se debe extender el derecho de las madres trabajadoras a amamantar a sus hijos, aún cuando no exista una sala cuna en sus lugares de trabajo. Esto implica hacer un cambio al Código del Trabajo, modificando el concepto de “trabajadoras” por el de “personas” para que rija el derecho a sala cuna en los establecimientos donde presten servicios las personas. Asimismo, “se debe establecer el criterio de que en aquellos complejos o servicios donde pueda haber más de una entidad o empresa, también exista la obligación de tener la sala cuna o un lugar adecuado para que las mamás puedan alimentar a sus niños”.
Es importante establecer además, que las madres tendrán derecho a disponer, a lo menos, de una hora al día para dar alimento a sus hijos menores de dos años, si estos se ubicaran al interior de la empresa, ya sea en sala cuna, si existiere, y de dos horas si sus hijos se ubicaran fuera de la empresa, ya sea en su hogar u otro lugar escogido por éstas para tal efecto. Este tiempo podrá dividirse en dos porciones y se ampliará en el tiempo que requiera el viaje de ida y vuelta de la madre para dar alimento a sus hijos.
20 de septiembre de 2008
10 de septiembre de 2008
Olor a País Desarrollado
Por Manuel Peña Flores
Cuando me dirigía a mi oficina como todos los días, a eso de las 8 de la mañana del mes de agosto, después de dejar a mis hijas en su colegio, decidí no usar el automóvil y dejarlo en el colegio. Pensé que sería mejor usar los medios de transporte público tan publicitados por el gobierno y apoyado por uno de los ídolos deportivos más importantes del país, obviamente dije ¡tendré que usarlo, considerando que él lo recomendó! Decidí usar el famoso, espectacular y mejor metro del mundo, en particular la línea 4 Puente Alto–Tobalaba, que lo consideramos así a pesar que sólo lo conocemos por fotos o porque alguien nos ha contado como son los metros en otros lugares.
Primer inconveniente, cargar la tarjeta bip: Una larga y angustiosa fila me esperaba para recargar la dichosa tarjetita. Al estar apurado opté por no recargarla, Afortunadamente, me quedaban 450 pesos de saldo lo que me permitió acceder rápidamente al metro, previa pelea con el validador por no reconocer la tarjeta bip, tan bien adquirida por febrero de 2007. En aquella pelea entre el validador, mi desesperación por el tiempo perdido y la incomprensión de los otros usuarios urgidos por la demora de mi acceso, entendí la solidaridad y comprensión que debe tener o que se espera de los chilenos con sus pares cuando se ven en situaciones aflictivas.
Salvado el primer escollo del acceso al sistema del metro, me apuro para alcanzar el bendito medio de transporte, reconocido por todos por su limpieza, seguridad, y puntualidad. Lo que nunca me imaginé era que no bastaba con que me apurara a llegar a la estación sino que tenía que pensar en cómo diantres entraba al vagón. La segunda sorpresa o inconveniente al que me tenía que enfrentar. Al llegar al andarivel veo una larga línea de personas tratando de subir a los vagones, mientras tanto, por los altoparlantes se escucha una voz decir:”deje bajar antes de subir”, cuando no habían pasado ni 30 segundo suena un timbre al interior del tren y una voz muy femenina ¡bueno en realidad más parecía la voz de una señora o señorita que se venía levantando recientemente! que dice;”comienza el cierre de puertas”, al escuchar este mensaje los pasajeros que apurados se encontraban subiendo a los carros aceleran el acceso con empujones y reclamaciones y gritos de ¡permiso por favor, se pueden correr!, a esa altura mi angustia estaba a la altura de mi garganta, y reflexioné en qué momento se me ocurrió bajarme del automóvil y meterme gratuitamente en esta selva llamada transporte público y en particular en el bienvenido metropolitano de Santiago.
Luego de dejar pasar por lo menos 10 trenes, por fin logré subir a un carro del metro. Ahora entiendo a las sardinas enlatadas. Trato de acomodarme como puedo, quedando medio de lado mirando en dirección a la marcha del tren, pegado a una señora mayor de unos 70 años aproximadamente, de no más de un metro cincuenta de estatura, muy canosa, con un sombrero de lana de los años 60 con colores muy intensos (rojo con amarillo y puntitos negros, que más bien parece un sombrero de copa caído sobre la cabeza), bien acicalada, de labios de un rojo muy intenso, protegida con un abrigo de piel de color negro azabache y de un intenso olor a naftalina mezclado con perfume de aroma a floral, seguramente tratando de disimular el olor de guardado. Hacia mi derecha se ubica un maestro de la construcción de unos cuarentas y cinco años, no más alto que la anciana que se ubicaba delante mío, recién bañado, olía a colonia inglesa mezclada con desodorante, protegido por una parca de color amarillo con visos de color café en el cuello que al acercarse se notaba que nunca había pasado por una tintorería o por una batea con agua y detergente, sin embargo en sus oídos se podían ver unos audífonos que reproducían a todo volumen música tropical, lo que si me llamó la atención que mantenía una melena rizada que le sobrepasaba los hombros, claro está, un aro de argolla imitación oro en la oreja derecha y en la izquierda una expansión de unos dos centímetros de diámetro -créanme que era muy llamativo para un hombre de esa edad. Otra de las cosas pintorescas, por decirlo de alguna manera, es la presencia de un joven estudiante de no más de 22 años de edad, con un olor a trasnochado de por lo menos cinco días -¿cómo se yo de eso, se preguntaran ustedes? Fácil, porque me recuerda mi época de estudiante- este se ubicaba a mí costado izquierdo, no lo podía ver muy bien, lo tapaba el fiero o pasamano que se ubica al centro del vagón, sin embargo lo podía oler muy bien. Lo más desagradable de este corto viajes de cuatro estaciones es la mezcla de olores corporales incluidos los olores a pedos humanos, sin embargo, apelando al ingenio del chileno, algún pasajeros para descomprimir la incomodidad del viaje comenta “estos son los olores de un país desarrollado” -caramba, fuerte el comentario. Podría seguir narrando y detallando cada pasajero de dicho vagón, no quiero transformar esta reflexión en una narración literaria, eso lo desarrollaré en un próximo libro.Quienes creíamos necesario un cambio en el sistema de transporte público, porque era insostenible la calidad y el sistema de las famosas micros amarillas, nos arrepentimos. Ya ha pasado más de un año y medio de la puesta en marcha de este sistema de transporte público, y perdonen la expresión, pero es una vergüenza mayúscula, sin embargo la vergüenza no es por el sistema en sí mismo, sino que por lo cara de palo de las autoridades. Yo me pregunto ¿por qué, la autoridad comete tantas estupideces? ¿es tanta la ambición de mantener el poder? ¿existen compromisos con los empresarios? ¿acaso el ex–presidente Lagos no es considerado un estadista, un hombre con un nivel intelectual por sobre el promedio de los chilenos, quien tuvo asesores de primer nivel con altas rentas, dedicados 100% a la búsqueda de soluciones? ¿cómo fueron capaces de diseñar un monstruo de tal magnitud? Es imposible reconocer tanta intelectualidad en dicho proyecto. Acepto que producto de las elecciones del momento se impusiera este sistema, pero me genera gran preocupación que éste gobierno llamado inteligentemente “social”, haya implementado este monstruo cuando no estaban las condiciones estructurales, económicas y sociales para ponerlo en marcha. Apelando al comentario “estos son los olores de un país desarrollado”, les prometo que prefiero ser de un país subdesarrollado y no vivir estas desagradables incomodidades, ¿y ustedes?
Cuando me dirigía a mi oficina como todos los días, a eso de las 8 de la mañana del mes de agosto, después de dejar a mis hijas en su colegio, decidí no usar el automóvil y dejarlo en el colegio. Pensé que sería mejor usar los medios de transporte público tan publicitados por el gobierno y apoyado por uno de los ídolos deportivos más importantes del país, obviamente dije ¡tendré que usarlo, considerando que él lo recomendó! Decidí usar el famoso, espectacular y mejor metro del mundo, en particular la línea 4 Puente Alto–Tobalaba, que lo consideramos así a pesar que sólo lo conocemos por fotos o porque alguien nos ha contado como son los metros en otros lugares.
Primer inconveniente, cargar la tarjeta bip: Una larga y angustiosa fila me esperaba para recargar la dichosa tarjetita. Al estar apurado opté por no recargarla, Afortunadamente, me quedaban 450 pesos de saldo lo que me permitió acceder rápidamente al metro, previa pelea con el validador por no reconocer la tarjeta bip, tan bien adquirida por febrero de 2007. En aquella pelea entre el validador, mi desesperación por el tiempo perdido y la incomprensión de los otros usuarios urgidos por la demora de mi acceso, entendí la solidaridad y comprensión que debe tener o que se espera de los chilenos con sus pares cuando se ven en situaciones aflictivas.
Salvado el primer escollo del acceso al sistema del metro, me apuro para alcanzar el bendito medio de transporte, reconocido por todos por su limpieza, seguridad, y puntualidad. Lo que nunca me imaginé era que no bastaba con que me apurara a llegar a la estación sino que tenía que pensar en cómo diantres entraba al vagón. La segunda sorpresa o inconveniente al que me tenía que enfrentar. Al llegar al andarivel veo una larga línea de personas tratando de subir a los vagones, mientras tanto, por los altoparlantes se escucha una voz decir:”deje bajar antes de subir”, cuando no habían pasado ni 30 segundo suena un timbre al interior del tren y una voz muy femenina ¡bueno en realidad más parecía la voz de una señora o señorita que se venía levantando recientemente! que dice;”comienza el cierre de puertas”, al escuchar este mensaje los pasajeros que apurados se encontraban subiendo a los carros aceleran el acceso con empujones y reclamaciones y gritos de ¡permiso por favor, se pueden correr!, a esa altura mi angustia estaba a la altura de mi garganta, y reflexioné en qué momento se me ocurrió bajarme del automóvil y meterme gratuitamente en esta selva llamada transporte público y en particular en el bienvenido metropolitano de Santiago.
Luego de dejar pasar por lo menos 10 trenes, por fin logré subir a un carro del metro. Ahora entiendo a las sardinas enlatadas. Trato de acomodarme como puedo, quedando medio de lado mirando en dirección a la marcha del tren, pegado a una señora mayor de unos 70 años aproximadamente, de no más de un metro cincuenta de estatura, muy canosa, con un sombrero de lana de los años 60 con colores muy intensos (rojo con amarillo y puntitos negros, que más bien parece un sombrero de copa caído sobre la cabeza), bien acicalada, de labios de un rojo muy intenso, protegida con un abrigo de piel de color negro azabache y de un intenso olor a naftalina mezclado con perfume de aroma a floral, seguramente tratando de disimular el olor de guardado. Hacia mi derecha se ubica un maestro de la construcción de unos cuarentas y cinco años, no más alto que la anciana que se ubicaba delante mío, recién bañado, olía a colonia inglesa mezclada con desodorante, protegido por una parca de color amarillo con visos de color café en el cuello que al acercarse se notaba que nunca había pasado por una tintorería o por una batea con agua y detergente, sin embargo en sus oídos se podían ver unos audífonos que reproducían a todo volumen música tropical, lo que si me llamó la atención que mantenía una melena rizada que le sobrepasaba los hombros, claro está, un aro de argolla imitación oro en la oreja derecha y en la izquierda una expansión de unos dos centímetros de diámetro -créanme que era muy llamativo para un hombre de esa edad. Otra de las cosas pintorescas, por decirlo de alguna manera, es la presencia de un joven estudiante de no más de 22 años de edad, con un olor a trasnochado de por lo menos cinco días -¿cómo se yo de eso, se preguntaran ustedes? Fácil, porque me recuerda mi época de estudiante- este se ubicaba a mí costado izquierdo, no lo podía ver muy bien, lo tapaba el fiero o pasamano que se ubica al centro del vagón, sin embargo lo podía oler muy bien. Lo más desagradable de este corto viajes de cuatro estaciones es la mezcla de olores corporales incluidos los olores a pedos humanos, sin embargo, apelando al ingenio del chileno, algún pasajeros para descomprimir la incomodidad del viaje comenta “estos son los olores de un país desarrollado” -caramba, fuerte el comentario. Podría seguir narrando y detallando cada pasajero de dicho vagón, no quiero transformar esta reflexión en una narración literaria, eso lo desarrollaré en un próximo libro.Quienes creíamos necesario un cambio en el sistema de transporte público, porque era insostenible la calidad y el sistema de las famosas micros amarillas, nos arrepentimos. Ya ha pasado más de un año y medio de la puesta en marcha de este sistema de transporte público, y perdonen la expresión, pero es una vergüenza mayúscula, sin embargo la vergüenza no es por el sistema en sí mismo, sino que por lo cara de palo de las autoridades. Yo me pregunto ¿por qué, la autoridad comete tantas estupideces? ¿es tanta la ambición de mantener el poder? ¿existen compromisos con los empresarios? ¿acaso el ex–presidente Lagos no es considerado un estadista, un hombre con un nivel intelectual por sobre el promedio de los chilenos, quien tuvo asesores de primer nivel con altas rentas, dedicados 100% a la búsqueda de soluciones? ¿cómo fueron capaces de diseñar un monstruo de tal magnitud? Es imposible reconocer tanta intelectualidad en dicho proyecto. Acepto que producto de las elecciones del momento se impusiera este sistema, pero me genera gran preocupación que éste gobierno llamado inteligentemente “social”, haya implementado este monstruo cuando no estaban las condiciones estructurales, económicas y sociales para ponerlo en marcha. Apelando al comentario “estos son los olores de un país desarrollado”, les prometo que prefiero ser de un país subdesarrollado y no vivir estas desagradables incomodidades, ¿y ustedes?
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